Mario Cantalapiedra - Economista
Las reglas de juego en la negociación con los bancos, como en tantos otros órdenes de nuestra Economía están cambiando, y parece que aquellos bancos que considerábamos “amigos” han olvidado rápidamente la relación de cooperación que nos vinculaba, la cual forjamos en ocasiones durante años.
El pasado miércoles acudí a una reunión con empresarios de Parla, municipio situado en la zona sur de la Comunidad de Madrid, e invitado por el Instituto Madrileño de Desarrollo (IMADE), en la que hablé de la situación actual de la negociación con las entidades bancarias, en estos momentos tan complicados, y de la que pude extraer interesantes cuestiones relacionadas con el preámbulo de este post, que me gustaría compartir con vosotros, ya que creo que pueden reflejar bastante bien el escenario real en el que se mueven muchas de nuestras empresas.
Una de las aportaciones más interesantes que recibí fue la realizada por una empresaria en la que sugería que en el entorno actual mejor sería hablar de cómo “los bancos negocian con nosotros”, y la verdad, dicho sea de paso, es que esta persona no puede estar más en lo cierto. En estos momentos, las posibilidades de negociación con entidades bancarias se han reducido y lo más importante, como ya he comentado en anteriores ocasiones, es el acceso al crédito bancario más allá de negociar sus condiciones en cuanto a precio se refiere, que quedan relegadas a un segundo plano. El “dinero es un bien escaso”, y nuestro banco se encarga de recordárnoslo permanentemente, dejándonos poco margen de maniobra para negociar.
Otra de las quejas generalizadas, la cual también estoy observando en otros foros en los que participo, es la exigencia por parte de ciertas entidades, de un tiempo a esta parte, de la contratación de productos adicionales, tipo productos derivados (instrumentos financieros cuyo valor deriva de la evolución de los precios de otros activos), a la hora de renovar las pólizas de crédito. En muchas ocasiones y en un entorno de pequeños y medianos empresarios, que no tienen por qué ser expertos en mercados financieros, esto supone firmar productos vinculados al crédito cuyas consecuencias reales en el futuro se desconocen. Aunque alguien se me pueda enfadar, en muchos casos estos productos derivados son meras “apuestas” por la evolución futura de un activo, que deberían reservarse a profesionales de los mercados, no a un empresario que vende zapatos, por poner un ejemplo. Recordemos que uno de los medidores fundamentales del servicio que presta una entidad bancaria estriba en el nivel de información sobre los productos contratados que nos ofrece, de tal modo que la entidad financiera debe, o mejor debería, informarnos y asesorarnos detalladamente sobre los productos, sus características concretas y la repercusión fiscal de los mismos. Por desgracia, muchas entidades financieras ahora están acostumbradas “a que pasemos por el aro” debido a la necesidad que tenemos de acceder a la financiación que proporcionan, lo que al final se traduce en la firma de estos productos “accesorios” al crédito y con un peligro evidente para nuestra cuenta de resultados.
Bueno el panorama es el que es, toca “economía de guerra”, por lo menos siempre queda el consuelo de que si estás negociando con tu banco y preocupado por cuestiones como las que acabo de abordar, es que tu empresa sigue viva, lo cual hoy por hoy, es decir ya bastante.